miércoles, 15 de agosto de 2012

CUBA I. PRIMER PASEO POR LA HABANA

Cuando das los primeros paseos por La Habana, te resulta pintoresca la alargada imagen del malecón por la que atraviesan innumerables y repintados coches de las décadas de los 50-60, como si el tiempo aquí se hubiese detenido en una única instantánea.

Te detienes a curiosear a través de las ventanas los patios quejumbrosos, las buhardillas descuidadas por las que a veces crecen gruesas raíces de árboles, balcones apuntalados con vigas de madera. No pierdes detalle del óxido en ornamentadas rejas de algunas escaleras, los mármoles descascarillados, las aceras rotas e impregnadas del aceite motor de los Cadillacs, de los Pontiacs o Fords;  edificios con remiendos de ladrillos antiguos, robados a otros que ya sucumbieron al abandono.

Te sorprendes con la imagen exótica de los cubanos ociosos y mal vestidos, cubiertos de sudor, esperando junto a una puerta o sentados con las piernas colgando desde el balcón; algunos lijando una puerta desvencijada sobre la acera, otras desde la terraza que lanzan la bolsa anudada de una guita a una vecina para que le haga tal o cual recado... la vida lenta y húmeda de esta ciudad que parece el desperezar de un gigante ebrio.

Pero hay algo mucho más atrás que se nos escapa, que es imposible captar en un primer paseo. Algo que hierve tras esos muros porosos y erosionados. Una música silenciosa que mantiene el latido de la ciudad. Supongo que hay que vivir aquí para saberlo. Hay que despertarse cada día con la misión de sobrevivir al tedio, al pasar de los minutos sin futuro posible. Relanzarse desde la madrugada a resolver lo básico.

Quizás no sea eso, puede que sea el análisis de un europeo ávido por consolarse con la pena ajena. Quizás el cubano solo espera despreocuparse, liberarse de la responsabilidad de vivir, vivir sin más, sin obligaciones ni correas: sin compromisos. Quizás solo sea eso, y por eso el turista pasea por sus calles fotografiándolo todo, bailando sin cesar el ritmo del son que no descansa por la Habana vieja, maravillándose con la sonrisa amable del habanero, conversando interesado con aquellos que tratan de persuadirle para llevarle a un magnífico paladar donde le servirán comida al estilo europeo.

El turista permite que el objetivo combine la miseria y la fiesta en el mismo encuadre, y llevarse así, si puede, el corazón de la Habana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario