martes, 4 de noviembre de 2014

CHINA VIII: VIAJE A LA FANTASIA


La pareja protagonista de Avatar, con la piel de color azul cielo, se precipita por los escarpados acantilados de las montañas Halleluyas, cabalgando a lomos de un enorme pájaro. El marine trata de aprender a dominarlo para poder volar por el fascinante e increíble paisaje del planeta. Las montañas son elevados monolitos recubiertos de espesa vegetación de árboles y arbustos que flotan, ajenos a la gravedad, sobre la superficie de Pandora. Esta fantástica escena que se me quedó grabada en la memoria al visionar la película, no estuvo en la fantasía del guionista, al menos el entorno en el que está inspirado, si bien hay que reconocerle el mérito de haber imaginado la ingravidez de las montañas.

El Parque nacional de Zhangjiajie contiene los impresionantes paisajes  de Pandora. Una vez que asciendes en un teleférico hasta las cumbres, tu fascinada mirada se tropieza con el paisaje de decenas de picos delgados y frondosos que parecen flotar sobre las nubes y que conforman una pequeña cordillera denominada “Montañas Halleluyas”. El equipo de localización de James Cameron visitó esta zona antes de proyectar los entornos donde se desarrollaría la película. Una vez que estuvo estrenada, los chinos se apresuraron a identificar el paisaje como el de Zhangjiajie, y antes de que nadie dijese lo contrario, bautizaron a toda la cordillera con el nombre que tienen en la película. A eso se le llama ser prácticos y comerciales… Es como si nosotros le hubiésemos llamado ¡AQABA! al pueblecito de Las Negras en Cabo de Gata. O a la Plaza de España de Sevilla la hubiésemos rebautizado con el nombre de Plaza de la Princesa Midala.


Este país avanza a marchas forzadas. Un chico español que conocimos cuando recorríamos un sendero  en mitad de este parque, nos dijo que trabaja aquí desde hace varios años, y había asistido a un cambio espectacular, tanto en la riqueza, como en las actitudes de sus ciudadanos. Un país que en pocos años tiene 20 millones de millonarios. Todo va acelerado, y poco importan las costumbres o los nombres de unas montañas si eso va a generar riqueza. Es la sustitución de concepto tradición por el de rentabilidad.

Resulta bastante significativo que el paisaje de entrada de todas las ciudades que estamos conociendo, está repleto de rascacielos en construcción. Son edificios espigados y feos que compiten en altura con las propias grúas que ayudan a construirlos. Son edificios de viviendas, y a mí me parecieron verdaderas colmenas aún sin habitar. Un paisaje de grúas  que me recuerda bastante a una época reciente de  nuestro país. En China están deseosos por asumir cuanto antes el estilo y las costumbres occidentales, aunque a veces nos resulte sorprendente la forma de combinar la ropa por ejemplo (con colores absolutamente incompatibles), o la irresistible pasión por la tecnología (todo el mundo camina con tabletas por las ciudades, y en los restaurantes, familias enteras comen frente a un móvil sin desviar la mirada hacia sus compañeros de mesa), o también esa emoción que sienten algunos al vernos que incluso les lleva hacernos alguna foto robada o a pedirnos si podemos hacernos una foto con ellos. China se ha desempolvado el comunismo en pocos años y aunque la ideología permanezca en el poder, lo cierto es que pocos se resisten al consumismo en masa, o a la acumulación de riquezas o al florecimiento de los negocios. Los pobres siguen siendo pobres, y los campesinos, artífices de la revolución contra Chaing Kai Shek siguen trabajando duramente la tierra para que les alcance un plato de arroz. Eso sí, en casi todos los interiores de las casas que hemos visto cuelga un enorme retrato de Mao, como si fuera un pariente de la familia, alguien de quien se acuerdan, pero que ya no da vela en el mundo de los vivos.

El paisaje de Zhangjiajie paradójicamente parece el de un enorme Downtown salvaje. Montañas que parecen edificios financieros recubiertos de un verde tropical se suceden una detrás de otra en formación. Me encantó contemplarlas desde su misma altura, sobre estrechas pasarelas pegadas a la roca y balcones colgados en los que trataba de hacerme un hueco entre las decenas de turistas chinos, con el fin de plasmar en una foto la indescriptible Pandora o cazar al vuelo alguno de aquellos pájaros justo en el instante de emprender el picado.

Pedro Rojano



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