En Nepal, los dueños de la noche son los perros. Muchas madrugadas desde que estoy en este país, me despiertan peleas de perros callejeros. Con sus ladridos agresivos, las manadas defienden su territorio. Aquí es normal, hay muchos vagabundeando por las calles, alimentándose de las basuras y bebiendo de los charcos. Por la mañana los encuentras durmiendo al sol o acurrucados junto a los templos o los rimeros de ladrillos. A veces, al pasar junto a ellos, levantan su cabeza pulgosa y elevan una mirada indiferente y cansina, como quien despierta después de una noche de resaca, como quien regresa de una batalla.
Ya queda menos para despedirnos de este país que se enorgullece de ser el techo del mundo. No en vano, en sus kilómetros cuadrados de superficie se concentran la mayoría de los picos más altos del mundo, entre ellos algunos de los ochomiles legendarios como el Annapurna, Shisha Pangma, Cho Oyu, Kangchenjunga… y el más alto de todos, el Everest. Nepal toca el cielo con los dedos de la naturaleza y en pocos kilómetros es capaz de descender hasta el infierno caótico de sus ciudades construidas por el hombre. Bajo ese techo nevado descienden en torrente sus ríos y riegan un paisaje a veces selvático, y otras veces canalizado en los bancales de arroz que transforman las laderas en mantos aterciopelados. Junto a este cauce, el hombre ha construido sus aldeas de piedra y madera y sus ciudades desordenadas. La religión, hinduista y budista ha servido de argamasa para unir a sus habitantes a lo largo de los años, utilizando principios de tolerancia y sobre todo de satisfecha resignación ante el devenir de los tiempos.
Nepal es un país en desarrollo, y camina torpemente como muchos otros de este continente. La globalización los ha lanzado a una carrera por llegar cuanto antes a un sucedáneo de occidentalización, pero sin pasar por la historia y fundamentalmente por los cimientos de nuestra civilización. Por eso da la impresión que sus ciudades son improvisadas. Las casas destartaladas se mezclan con edificios de cristal y elegantes centros comerciales; los ridículos comercios tradicionales y los puestos callejeros comparten espacio con los establecimientos de marcas y concesionarios de motos; la informática ha llenado los rincones más oscuros y es posible acceder a tu cuenta de correo dentro de un edificio histórico que amenaza ruina. Así, de esta manera se pretende llegar cuanto antes a esos espejismos de confortabilidad que le enviamos continuamente a través de las redes televisivas. Los nepalíes con dinero se pasean con sus impecables todoterrenos, pisando los baches encharcados de sus callejones. Junto a ellos no es raro ver apartarse un ciclo rick Shaw conducido por un escuálido ciclista de piel renegrida y callosa. Nepal es una continua contradicción, como su vertiginoso paisaje, sin embargo ese conflicto aún está lejos de resolverse pues, como ya comenté, la religión se ha encargado de amarrar serenamente esas diferencias.
Todos los días hay cortes de luz, eso sí, están programados por el gobierno para ahorrar energía. Todo el mundo sabe de antemano a qué hora del día se va a cortar la corriente (cada día se cambia el intervalo) Todo el mundo lo sabe, no hay problema. Los negocios turísticos tienen preparados sus generadores de corriente que funcionan con combustible y aquí no ha pasado nada. En unos segundos la luz vuelve a los hoteles, las tiendas y restaurantes, las calles de los barrios turísticos se iluminan como el lunes de feria en Sevilla. En el resto de barrios todo queda a oscuras, los nepalíes, amables y humildes, también tienen preparadas velas y en la intimidad alumbran sus paredes. En esos momentos, solo los faros de los taxis y las motos iluminan las avenidas, las plazas y callejones, hasta que pasadas las diez la ciudad comienza a quedarse desierta. Nepal, una noche más, queda al gobierno de los perros.
Desde Kathmandú, a falta de un día para iniciar el retorno les habló Pedro Rojano.