martes, 14 de mayo de 2013

MEXICO IV: Una boda Mexicana

Uno de los motivos por los que vine a México, fue la invitación de boda de unos queridos amigos (Dania y Javi), que se celebró en Cuernavaca.


Cuando te invitan a una boda fuera de nuestras fronteras, de alguna manera siempre creas unas expectativas basadas más en los tópicos que en el sentido común. Como cualquier cateto que se precie de serlo, yo me imaginaba una boda con mariachis en el coro, el novio con sombrero mexicano y botas de montar, y a la novia vestida al estilo de Frida, con dos coletas negras formando un coqueto moño prendido a la cabeza por un lazo con los colores de la bandera mexicana. Y aún llegué más lejos de modo que pensé que cuando el cura dijera aquello de "ya sois marido y mujer" , el padrino, con dos cartucheras colgadas de las ingles, sacaría dos pistolas de plata y comenzaría a disparar al techo al tiempo que el resto de invitados dieran gritos de júbilo: ¡Andale, andale, híjoleeeee! Sí señor, todo un alarde de catetismo en estado puro aunque un poco exagerado.

Hago un ejercicio de extrapolación e imagino a un mexicano con idénticas expectativas si acudiera a una boda española, ¿imagináis? mejor lo dejamos, ¿no? que ya veo al cura vestido de corto y taconeando al final de la ceremonia.

Las bodas en México son muy parecidas a las nuestras. Todo está basado en un rito católico que es idéntico en un país que en otro. La elegancia en el vestir de los novios y los invitados en nada se diferencia a nosotros, y el arroz tampoco falta a la salida, aunque tengo que decir que en este punto hubo una sutileza destacable, pues además de arroz, se lanzaron al aire mariposas vivas, las cuales habían sido previamente repartidas a los invitados cautivas en unas blancas cajitas con una celosía para permitir el paso del aire.

En el convite, yo seguía esperando mi grupo de mariachis (como el grupo flamenco en la boda española, ¿no?). Pero no fue así. El convite al que asistí fue también muy parecido a los que se celebran en nuestro país. Tuvo bastante lujo tanto en el lugar escogido como en los manjares servidos. Para la recepción se había dispuesto una hermosa finca cubierta de árboles con el césped recién cortado. Sobre los jardines se levantaba una enorme carpa bajo la cual se habían dispuesto las mesas de los invitados con todo lujo de detalles, y un escenario para la actuación de una orquesta. Los cócteles sí tenían su particularidad pues en vez de sangría o manzanilla, nos ofrecieron margaritas de limón o de mango, y también agua de horchata y de otros sabores extraños que no probé pues me enganché al tequila sin dudarlo. Tampoco puedo decir que la comida fuera netamente mexicana, pues los platos cumplían con un estilo nouvelle cousine propio de la cocina internacional, eso sí, con una exquisitez que hizo que dejase el plato para nuevo uso.

Todo fantástico, "padrísimo" como dicen por aquí, incluso el saxo de Jazz que encaramado al escenario, amenizó el almuerzo.

Después vino la orquesta, los regalitos de los novios, el baile de salón, el trenecito... A las 8,00 de la tarde había perdido toda esperanza de disfrutar de los tópicos tan maravillosos que tiene este país. Pero entonces llegó el tequila. Los novios, desde el escenario, regaban las bocas de los invitados uno a uno poniéndose en fila india y repitiendo en la cola. Ni que decir tiene que perdí un poco la compostura. A las diez comenzaron a servir tacos de pastor y alambre con chile y a las doce de la noche aparecieron los mariachis.

¡Y qué hermoso resulta escuchar esos acordes de guitarra, esas fugas en las trompetas y en los violines, todo ello acompasado por el guitarrón mexicano que se te mete hasta el corazón!, ¡Qué bien lo hicieron los novios! Con tequila se disfruta mucho más los mariachis. ¡Qué bien supieron ofrecernos una muestra de su folclore!

Algunos invitados subieron al escenario para cantar con ellos. Y yo, desde abajo, emocionado entonaba el: "¡Y tú que te creías el rey de todo el mundo!" y también "¡Y volver volver volver, a tus brazos otra vez!"


Ya no me acuerdo de más. El tequila se encargó de llevarme al hotel. No recuerdo cuando se fueron los mariachis, pero no se me olvidará jamás esta boda mexicana.

PROXIMAMENTE: LA GRAN FAMILIA SALESIANA