miércoles, 31 de julio de 2013

sábado, 13 de julio de 2013

FRANCIA IV: ZWEI DEUTSCHE SOLDATEN


En Normandía existen varios cementerios pertenecientes a los diferentes ejércitos que participaron en la contienda: americanos, ingleses, canadienses, polacos, franceses… pero también existen varios cementerios (los más numerosos) que albergan las tumbas de los soldados alemanes. Nosotros decidimos visitar el cementerio alemán de La Cambe, no más de quince minutos en coche al oeste del americano.
Al llegar encuentras igualmente el aparcamiento muy bien organizado y una sala museo dedicada a los soldados alemanes que han luchado por la paz en el mundo en diferentes contiendas a lo largo del siglo XX y lo que llevamos del XXI. Es un alegato en contra de las guerras y el fanatismo. Fuera del museo varios mástiles enarbolan las banderas de Alemania, Francia, Inglaterra y Estados Unidos.
Un muro rodea el cementerio. Para atravesarlo solo hay una estrecha puerta de hierro por la que solo cabe una persona. Una vez que la traspasas, te encuentras con una extensa parcela de césped perfectamente recortado y algunas cruces que sobresalen (pocas y simétricamente colocadas) En el centro de la parcela se alza un monumento de piedra marrón que representa a la virgen y San Juan junto a la cruz vacía. Hay poca gente, además de nosotros, algún que otro turista alemán y las máquinas cortadoras de césped. Indudablemente este cementerio tiene menos éxito turístico que los otros. No hay gloria para los perdedores.

Al pasear por los senderos, te das cuenta que las cruces son en realidad hitos para separar los sectores. Alrededor de ellas se sitúan las tumbas: pequeñas lápidas cuadradas de color marrón a ras del suelo. Bajo cada una de ellas, están enterrados dos soldados. En ellas están grabados sus nombres, la fecha de su nacimiento y la fecha de su muerte. ¡Algunos con tan solo 16 años! ¡La mayoría con una edad comprendida entre 17 y 21! La sensación es un poco triste, sobre todo por el desasosiego que produce el olvido. Y no debería ser así, porque hay motivos en el cementerio para pensar que se afanan en evitarlo. Y es loable, ya que estos hombres enterrados son también víctimas de una contienda injusta.
Pero lo más llamativo son la gran cantidad de lápidas que contienen solo un nombre a pesar de albergar dos cuerpos. En ellas, debajo del nombre de uno de ellos, aparecen tres palabras: “Ein deutscher soldat” (Un soldado alemán) y en muchas otras solo aparece la inscripción “Zwei deutsche soldaten” (dos soldados alemanes). Los enterraron sin saber sus nombres. El olvido se los tragó para siempre, y no solo se ha perdido su recuerdo sino que da la sensación que ese olvido es parte de la humillación recibida.

En el año 2008, en la Batería de Maisy, unas trincheras que aún se conservan cerca de Omaha Beach, se encontró sepultado por una plancha de hormigón, el cadáver de un soldado alemán. Las autoridades hicieron todo el esfuerzo tecnológico por identificarlo, y lo lograron. Hoy yace también junto a sus compañeros en La Cambe. Es importante el recuerdo. No lo fue para los nazis, pero sí lo es para los actuales alemanes que nada tienen que ver con aquellos.
Visitando los museos, los cementerios, los memoriales, los comercios, nos hemos dado cuenta que la bandera alemana nunca aparece cuando se habla de los nazis, siempre aparece la bandera roja con la esvástica. Una buena forma de reivindicar la locura y castigar a los verdaderos culpables dejando a un lado al país de origen.

De cualquier forma, hemos percibido la sensación de culpa instalada en los rostros de los alemanes cuando visitan este cementerio de La Cambe. Debe ser difícil evitarlo, sobre todo cuando ni siquiera pueden conocer algunos nombres de sus muertos.


viernes, 12 de julio de 2013

FRANCIA III: EL SACRIFICIO DE UNA GENERACION. NORMANDIA. DIA D.



Con la marea baja, la playa de St. Laurent es ancha e interminable. Si miras hacia el oeste veras alzarse los inexpugnables acantilados de Verbuille, con una roca en su extremo que sobresale por encima del agua separada del continente como si fuese una avanzadilla, un centinela en la garita. Las olas rompen en la orilla con furia, mientras en la playa lisa juegan los niños a la pelota o tratan de volar una cometa. Algunos bañistas pretenden tomar el sol refugiados del viento junto a los muros del paseo por donde decenas de turistas se hacen fotos. Un panorama completamente en calma. Nada hace pensar que 69 años atrás, concretamente la mañana del 6 de junio de 1944, estas mismas arenas, este mismo agua se tiñeron de sangre, perfecto abono para la muerte… y la gloria.

La operación OVERLORD lanzada por los aliados en el renombrado día D para la liberación de la Francia ocupada, comenzó justamente en esta playa, más conocida por Omaha Beach (Normandía). Miles de barcos navegaron desde los puertos ingleses aquel día para desembarcar sobre la playa a cientos de miles de muchachos con la caótica misión de avanzar por esta playa entre obstáculos y ametralladoras enemigas que disparaban desde las colinas que bordean la costa. Muchos de ellos no lo consiguieron, pero otros sí, y gracias a todos ellos hoy se pueden hacer volar las cometas en la playa, tomar el sol, o hacer turismo como nosotros.

Impresiona, más que en otro lugar,  meter los pies en el agua mirando hacia las colinas. La extensión de terreno hasta ellas es demasiado grande. El blanco es fácil desde las bien situadas baterías enemigas. Si eres capaz de imaginarlo desde la orilla, sientes que se eriza la piel.

Encima de una de esas colinas, en un pueblo llamado Colleville Sur Mer los americanos ubicaron un cementerio para sus caídos. Lo recordareis porque sale en los primeros compases de la película “Save Private Ryan”. Miles de cruces blancas perfectamente alineadas, representando una acertada metáfora del camino recto, de las decisiones correctas. Cada una de las cruces de mármol luce una inscripción en su intersección que contiene el nombre del soldado, su rango, regimiento, lugar de procedencia y la fecha de su muerte. Muchos de ellos murieron entre el 6 y el 9 de junio. Su destino está escrito bajo esta tierra francesa.

La Película de Spielberg, que cité anteriormente, narra perfectamente el desembarco y los posteriores combates, según cuentan los propios veteranos. Siempre que he visto esa película me ha llamado mucho la atención la última frase que le dice el capitán John H. Miller al buscado soldado Ryan: “Hágase usted digno de esto, merézcalo”. Siempre había entendido esa frase desde el punto de vista del personaje, pero no es así, al menos ahora, después de contemplar las miles de tumbas y el entorno de la cruenta guerra. Estoy seguro de que, magistralmente, el guionista nos está lanzando ese órdago a todos nosotros, a esa Europa apática y dormida en la que vivimos ahora, esa Europa que ha olvidado la cultura y presta más atención a los reallity, que busca el éxito sin el esfuerzo, que camina tambaleándose en un terreno abonado por la crisis.
“Háganse ustedes dignos de esto, merézcanlo”.


La generación de jóvenes que en 1944 entregaron sus vidas por salvar Europa de las garras del nacismo, merecen no sólo nuestro respeto, sino también el hecho de que hagamos que nuestras vidas sean dignas de semejante sacrificio.


martes, 9 de julio de 2013

FRANCIA II: LOS CASTILLOS DEL LOIRA


Chambord
Desde las altas cumbres de los Alpes descienden las aguas que riegan copiosamente el fértil valle del Loira. No es de extrañar que junto a este río inagotable hayan crecido pueblos y ciudades desde tiempos inmemoriales. Los prados y verdes praderas, los bosques y lagos, el canto armónico del río bajo los puentes, contribuyen a crear un clima onírico que en tiempos medievales hizo que caprichosos reyes y nobles mandasen construir sendos palacios de descanso para su ajetreada vida en la corte. Fue una fiebre constructora inmobiliaria la que contagió a los ricos de aquella época, y no hay ciudad, pueblo, o aldea que no tenga su propio Castillo. Desgraciadamente en España esa fiebre por construir se retrasó un poco y así nos vemos. Por suerte para los ciudadanos de esta parte de Francia, entre los siglos XII y XVII no había demasiada gente con “recursos” para construirse un castillito.

Chenonceau
Tours, Chambord, Chenonceau, Amboise, Blois, Ussé… así hasta cientos de Chateaux que motean el valle del Loira. No voy a detenerme a describir las maravillas arquitectónicas y estilísticas de estos lugares, para eso ya están las guías y los libros especializados. Lo que sí me llamó la atención fue un detalle. Probablemente estos flamantes castillos se construyeron con el sacrificio de muchos siervos, constructores, albañiles, gente de la gleba, que gracias a su calidad de vida miserable lograron erigir estas maravillas para unos pocos. Seguramente las intenciones de esos caprichosos nobles no fueran otras que las de presumir y vanagloriarse de su injusta y heredada fortuna, pero con el tiempo, esos castillos han perdurado y hoy son la riqueza de la región y fuente de trabajo para muchos ciudadanos que nacieron en estos contornos. Con toda probabilidad, muchos de esos trabajadores de hoy, tengan raíces de aquellos maestros artesanos, y el  sacrificio extremo de sus antepasados, esté finalmente yendo a parar al pueblo. Esta reflexión me lleva a otra: ¿Merecen las generaciones posteriores el sacrificio de unos pocos? Piénsenlo. Nos veremos de nuevo en Normandía. 

viernes, 5 de julio de 2013

FRANCIA I: BURDEOS

Tengo fama de buscarme los lugares más lejanos para visitar y contar las crónicas que ayuden a comprender más otras culturas, otras tradiciones. Por eso, este año nadie entendía que utilizara mis vacaciones de verano para irme a Francia, un país vecino, europeo, atlántico y mediterráneo... Las circunstancias me aconsejaron escoger este viaje, que por otra parte me atraía bastante desde hace tiempo, en un año de incertidumbres profesionales. Además de escribir, otra de mis pasiones es conducir. Contemplar la carretera sentado tras un volante es una de las sensaciones que más me gustan. Poder escribir la ruta eligiendo la derecha o la izquierda a mi antojo. No deja de ser un placer dejarse llevar por el azar cuando no tienes un lugar concreto hacia donde dirigirte. De seguro que la aventura te atrapará, y salir de ella será la huella que haga de tu viaje una única experiencia. 
Hondarribia

Hemos cruzado España en un día. Dorminos en Hondarribia (antigua Fuenterrabía), y entramos en Francia cruzando el país vasco francés cuyos nombres de los pueblos me evocan siempre tristes noticias: Biarritz, San Juan de Luz, Bayona... Lo cierto es que el paisaje y su arquitectura es muy parecida a nuestro país vasco. Da la impresión de que aún no has salido de España. Los caseríos con las terrazas cubiertas de flores de múltiples colores, los tipos de letras que utilizan en los rótulos, la doble nomenclatura en los indicativos de  tráfico... Cuando en Europa prácticamente han desaparecido las fronteras, ellos se empeñan en trazarlas utilizando sus símbolos diferenciadores.

Burdeos
La primera ciudad de Francia donde paramos a dormir fue en Burdeos. Encontramos un hotel de carretera muy económico y que además era fácil aparcar. Tomamos un autobús para el centro, y al llegar nos sorprendió la magnífica vista de la ciudad. A lo largo de la ribera de la Garonna se alinean los edificios de piedra de estilo de finales del XVIII. Los tejados grises, las fachadas con idéntica elegancia de las calles de París. Al cruzar por unos de sus majestuosos puentes, se puede contemplar la belleza de esta tranquila ciudad desde el otro lado del río. Sentarse en un banco y ensimismarse con el discurrir de las aguas, como lo habrán hecho indiferentes durante tantos lustros esos tejados abuhardillados, esos ventanales y esas fachadas de piedra que albergan la historia administrativa de esta ciudad. Sin duda es la vista de Burdeos la que cautiva la primera impresión, pero una vez que te adentras por las calles del centro histórico: calles antiguas de piedra, cuidadosamente limpias y conservadas, te asombras de la juvenil vida que transita por ellas. Las plazas se llenan de cafés y restaurantes donde los estudiantes se citan para tomar una cerveza o un vino. La plaza de Saint Pierre es una de tantas, pero nos cautivó de manera especial su ambiente festivo, como de fiesta de pueblo. Graciosamente adornada y repleta de mesitas donde cenar un delicioso crepé con queso azul. Más allá la Avda L'intendance, parecida a nuestra Larios, elegante y ancha, colmada de comercios a ambos lados de la calzada peatonal. Al final de esta avenida está la plaza de la Galetta donde alquilamos unas bicis para recorrer todos los kilómetros posibles. Nos quedamos con ganas de más, pero hay que repartir los días. 

Cuando decidimos regresar al hotel (que estaba a las afueras), tomamos el mismo bus que nos había llevado al centro. Habíamos memorizado la parada, pero el mismo autobús no pasó por allí. Son las cosas de los países modernos, todo está tan reglamentado que si te desvías es difícil reorganizar la ruta. Esto en la India se hubiese solucionado pegando dos palmadas o acercándose al primer peatón que se cruzase con nosotros. Seguro que en un plis plas nos hubieran organizado un transporte que nos llevase hasta el hotel. Pero no estamos en la India, esto es Europa, y si el autobús, a la vuelta no tiene en su itinerario tu parada, estás listo. Bajamos tres paradas más allá, cuando era indudable que nos alejábamos. El barrio estaba desierto, ni taxis ni nadie a quien preguntar. Recorrimos tres kilómetros de regreso buscando cada una de las paradas por las que había pasado el bus. Ni rastro de personas o taxis. La noche se acercaba amenazante y no teníamos ni idea de donde nos encontrábamos, y lo que es peor, dónde puñetas estaba el hotel. En mi desesperación le pregunté a un borracho; único peatón que encontramos en nuestro camino. Con aspavientos incoherentes me señaló al este y después al oeste. Sin hablar frances, yo creí entenderle, hacía esfuerzos por entenderle, no tenía más remedio que entenderle, pero me rendí, aquel personaje estaba aún más perdido que nosotros. Finalmente Sonia detuvo a un vehículo conducido por una pareja de jóvenes que gustosamente, y yo diría que milagrosamente, se ofrecieron a llevarnos hasta la puerta del hotel (4 kilómetros desde donde nos encontrábamos) y la historia acabó con final feliz.


No me gustan las historias con moraleja, pero en esta ocasión no tenemos más opción que memorizarla: No estamos en la India, no estamos en la India, no estamos en la India.