viernes, 5 de julio de 2013

FRANCIA I: BURDEOS

Tengo fama de buscarme los lugares más lejanos para visitar y contar las crónicas que ayuden a comprender más otras culturas, otras tradiciones. Por eso, este año nadie entendía que utilizara mis vacaciones de verano para irme a Francia, un país vecino, europeo, atlántico y mediterráneo... Las circunstancias me aconsejaron escoger este viaje, que por otra parte me atraía bastante desde hace tiempo, en un año de incertidumbres profesionales. Además de escribir, otra de mis pasiones es conducir. Contemplar la carretera sentado tras un volante es una de las sensaciones que más me gustan. Poder escribir la ruta eligiendo la derecha o la izquierda a mi antojo. No deja de ser un placer dejarse llevar por el azar cuando no tienes un lugar concreto hacia donde dirigirte. De seguro que la aventura te atrapará, y salir de ella será la huella que haga de tu viaje una única experiencia. 
Hondarribia

Hemos cruzado España en un día. Dorminos en Hondarribia (antigua Fuenterrabía), y entramos en Francia cruzando el país vasco francés cuyos nombres de los pueblos me evocan siempre tristes noticias: Biarritz, San Juan de Luz, Bayona... Lo cierto es que el paisaje y su arquitectura es muy parecida a nuestro país vasco. Da la impresión de que aún no has salido de España. Los caseríos con las terrazas cubiertas de flores de múltiples colores, los tipos de letras que utilizan en los rótulos, la doble nomenclatura en los indicativos de  tráfico... Cuando en Europa prácticamente han desaparecido las fronteras, ellos se empeñan en trazarlas utilizando sus símbolos diferenciadores.

Burdeos
La primera ciudad de Francia donde paramos a dormir fue en Burdeos. Encontramos un hotel de carretera muy económico y que además era fácil aparcar. Tomamos un autobús para el centro, y al llegar nos sorprendió la magnífica vista de la ciudad. A lo largo de la ribera de la Garonna se alinean los edificios de piedra de estilo de finales del XVIII. Los tejados grises, las fachadas con idéntica elegancia de las calles de París. Al cruzar por unos de sus majestuosos puentes, se puede contemplar la belleza de esta tranquila ciudad desde el otro lado del río. Sentarse en un banco y ensimismarse con el discurrir de las aguas, como lo habrán hecho indiferentes durante tantos lustros esos tejados abuhardillados, esos ventanales y esas fachadas de piedra que albergan la historia administrativa de esta ciudad. Sin duda es la vista de Burdeos la que cautiva la primera impresión, pero una vez que te adentras por las calles del centro histórico: calles antiguas de piedra, cuidadosamente limpias y conservadas, te asombras de la juvenil vida que transita por ellas. Las plazas se llenan de cafés y restaurantes donde los estudiantes se citan para tomar una cerveza o un vino. La plaza de Saint Pierre es una de tantas, pero nos cautivó de manera especial su ambiente festivo, como de fiesta de pueblo. Graciosamente adornada y repleta de mesitas donde cenar un delicioso crepé con queso azul. Más allá la Avda L'intendance, parecida a nuestra Larios, elegante y ancha, colmada de comercios a ambos lados de la calzada peatonal. Al final de esta avenida está la plaza de la Galetta donde alquilamos unas bicis para recorrer todos los kilómetros posibles. Nos quedamos con ganas de más, pero hay que repartir los días. 

Cuando decidimos regresar al hotel (que estaba a las afueras), tomamos el mismo bus que nos había llevado al centro. Habíamos memorizado la parada, pero el mismo autobús no pasó por allí. Son las cosas de los países modernos, todo está tan reglamentado que si te desvías es difícil reorganizar la ruta. Esto en la India se hubiese solucionado pegando dos palmadas o acercándose al primer peatón que se cruzase con nosotros. Seguro que en un plis plas nos hubieran organizado un transporte que nos llevase hasta el hotel. Pero no estamos en la India, esto es Europa, y si el autobús, a la vuelta no tiene en su itinerario tu parada, estás listo. Bajamos tres paradas más allá, cuando era indudable que nos alejábamos. El barrio estaba desierto, ni taxis ni nadie a quien preguntar. Recorrimos tres kilómetros de regreso buscando cada una de las paradas por las que había pasado el bus. Ni rastro de personas o taxis. La noche se acercaba amenazante y no teníamos ni idea de donde nos encontrábamos, y lo que es peor, dónde puñetas estaba el hotel. En mi desesperación le pregunté a un borracho; único peatón que encontramos en nuestro camino. Con aspavientos incoherentes me señaló al este y después al oeste. Sin hablar frances, yo creí entenderle, hacía esfuerzos por entenderle, no tenía más remedio que entenderle, pero me rendí, aquel personaje estaba aún más perdido que nosotros. Finalmente Sonia detuvo a un vehículo conducido por una pareja de jóvenes que gustosamente, y yo diría que milagrosamente, se ofrecieron a llevarnos hasta la puerta del hotel (4 kilómetros desde donde nos encontrábamos) y la historia acabó con final feliz.


No me gustan las historias con moraleja, pero en esta ocasión no tenemos más opción que memorizarla: No estamos en la India, no estamos en la India, no estamos en la India.

6 comentarios:

  1. Pedro aunque no estés en India, me encanta seguir viajando con tus palabras.

    abrazos

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  2. Has visto, las aventuras que puedes vivir en la vieja Europa... ja, ja, ja ¡Qué yu yu!!!

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  3. Quiero ir a Burdeos!!!!! Me ha encantado la visita. ¿Y mañana?

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  4. Seguimos viajando con vosotros, ¿adónde vamos ahora?

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  5. Ay! Tus relatos de viaje siempre son una irresistible invitación a seguir vuestros pasos, ya sea a la lejana India o a la vecina Francia. Buen viaje!

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  6. Gracias a todos amigos, es un honor ser leído por vosotros. Para mí el mayor acicate para ponerme delante de las teclas.

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