domingo, 21 de septiembre de 2014

CHINA II: LA GRAN MURALLA


La gran muralla es uno de los monumentos más emblemáticos del mundo, y a pesar de los más de 2000 años que lleva en pie, aún mantiene buenas condiciones para repeler una agresión exterior. Buenos son los chinos. De cualquier forma está restaurada en varios puntos, porque de otra forma sería impracticable caminar sobre ella. Nosotros elegimos Mu Tian Yu, y para llegar allí desde Pekín es necesario recorrer 70 kms en autobús (de línea, por supuesto, no íbamos a ser diferentes).

Cuando por fin llegas, te encuentras con una gran y modernísima portada de acceso junto a una explanada para el aparcamiento de autobuses. La taquilla está repleta de ventanillas, donde atienden a cientos de turistas que hacen cola para entrar (la mayoría locales). A nosotros nos tocó una mujer que no sabía hablar inglés y que, para colmo, se puso a llorar cuando le tocó atenderme. Me dio apuro y esperé a que se le pasara (no supe decir en chino ni una palabra de consuelo), pero los que venían detrás de mí (menos considerados) me empujaban disimuladamente para que me apresurara. Al final le dije a la mujer —por señas—, si prefería que me fuera a que me atendiera otra persona, y para mi sorpresa me dijo que sí. Tuve que hacer una cola de nuevo (menos mal que era rápida), y la muchacha que me tocó esta vez sabía un pelín de inglés, que unido al pelín que sé yo, logré comprar las entradas para acceder al recinto. Para los curiosos unos 7 euros por cabeza.


En la entrada la emoción te hace cosquillas en el estómago. Solo se ven personas, muchas personas, tiendas y de fondo un telón de montañas tupidas con un color verde intenso. Un microbús recorre los dos kilómetros de distancia hasta el inicio de las escalinatas que te conducirán hasta la muralla. Subir supone un gran esfuerzo, y lo que en el inicio consistía en seguir al turista que te precede, se convierte, tras los primeros cien escalones, en una lucha contigo mismo —sobre todo con tus rodillas— por no rendirte. Miras hacia arriba y solo ves más escaleras con una inclinación demasiado vertical (al menos eso te parece), y el bosque a los lados. Hace mucho calor, y con el esfuerzo tu ropa se empapa hasta parecer que te ha caído un aguacero. Cuando crees que aquello nunca se acabará, te chocas de frente con los muros de la muralla. Ya no te importan los demás turistas, después de haber subido hasta allí valoras a todo aquel que, al igual que tú, lo ha logrado (menos a los que han subido en telesilla, claro está. Si supiera identificarlos los hubiera empujado por alguna de las almenas). Una vez arriba, contemplas extasiado la imagen que tantas veces has visto retratada en los libros y revistas. No se quedaron cortos. La extensión de esa enorme serpiente de piedra es inalcanzable a la vista. Su longitud se desnivela según la pendiente natural de la montaña, por lo que si deseas caminar por ella tendrás que subir o bajar muchas muchas escaleras. Cada cien metros el camino es interrumpido por un enorme kiosko de piedra que sirve de enlace entre los segmentos de muralla. Bajo el tejado en curva de estos edificios se resguardaban del frío y de la lluvia los antiguos vigilantes.



El tremendo esfuerzo que realizo al recorrer la muralla hasta uno de los extremos que divisé al comienzo, me conduce a pensar en la obra, en la ingeniería, en el proyecto. Me resulta fascinante comprobar cómo los antiguos gobernantes proyectaban este tipo de obras, sabiendo de antemano que no sobrevivirían para su inauguración: Pirámides, Catedrales, Murallas... A su finalización ninguno de esos monumentos fue contemplado por el o los hombres que lo proyectaron, aquel que lo diseñó, o aquellos que lo imaginaron y ordenaron construirla. Hoy en día carecemos de esos gobernantes capaces de pensar en el largo plazo, en aquellas obras cuyos resultados probablemente no verán completarse en vida. Nuestros políticos necesitan proyectos a corto plazo, aunque sean débiles, aunque el paso del tiempo los haga desaparecer en la nada. Lo importante es que ellos lo contemplen antes de finalizar su legislatura. Por eso, dentro de muchos años no tendremos una muralla que haya sobrevivido terremotos, ni catedrales que rasguen las paredes del cielo, ni pirámides que homenajeen a los muertos. Por si alguno está pensando en monumentos, no es mi intención. Yo hablo de grandes proyectos que nos sobrevivan: el legado cultural, el cuidado de nuestro entorno, la educación de las generaciones venideras.

Pedro Rojano