La gran muralla es uno de los monumentos más emblemáticos del mundo, y a pesar de los más de 2000 años que lleva en pie, aún mantiene buenas condiciones para repeler una agresión exterior. Buenos son los chinos. De cualquier forma está restaurada en varios puntos, porque de otra forma sería impracticable caminar sobre ella. Nosotros elegimos Mu Tian Yu, y para llegar allí desde Pekín es necesario recorrer 70 kms en autobús (de línea, por supuesto, no íbamos a ser diferentes).
En la entrada la emoción te hace cosquillas
en el estómago. Solo se ven personas, muchas personas, tiendas y de fondo un
telón de montañas tupidas con un color verde intenso. Un microbús recorre los
dos kilómetros de distancia hasta el inicio de las escalinatas que te
conducirán hasta la muralla. Subir supone un gran esfuerzo, y lo que en el
inicio consistía en seguir al turista que te precede, se convierte, tras los
primeros cien escalones, en una lucha contigo mismo —sobre todo con tus
rodillas— por no rendirte. Miras hacia arriba y solo ves más escaleras con una
inclinación demasiado vertical (al menos eso te parece), y el bosque a los
lados. Hace mucho calor, y con el esfuerzo tu ropa se empapa hasta parecer que
te ha caído un aguacero. Cuando crees que aquello nunca se acabará, te chocas
de frente con los muros de la muralla. Ya no te importan los demás turistas,
después de haber subido hasta allí valoras a todo aquel que, al igual que tú,
lo ha logrado (menos a los que han subido en telesilla, claro está. Si supiera
identificarlos los hubiera empujado por alguna de las almenas). Una vez arriba,
contemplas extasiado la imagen que tantas veces has visto retratada en los
libros y revistas. No se quedaron cortos. La extensión de esa enorme serpiente
de piedra es inalcanzable a la vista. Su longitud se desnivela según la
pendiente natural de la montaña, por lo que si deseas caminar por ella tendrás
que subir o bajar muchas muchas escaleras. Cada cien metros el camino es
interrumpido por un enorme kiosko de piedra que sirve de enlace entre los
segmentos de muralla. Bajo el tejado en curva de estos edificios se resguardaban
del frío y de la lluvia los antiguos vigilantes.
El tremendo esfuerzo que realizo al
recorrer la muralla hasta uno de los extremos que divisé al comienzo, me conduce
a pensar en la obra, en la ingeniería, en el proyecto. Me resulta fascinante
comprobar cómo los antiguos gobernantes proyectaban este tipo de obras,
sabiendo de antemano que no sobrevivirían para su inauguración: Pirámides,
Catedrales, Murallas... A su finalización ninguno de esos monumentos fue
contemplado por el o los hombres que lo proyectaron, aquel que lo diseñó, o
aquellos que lo imaginaron y ordenaron construirla. Hoy en día carecemos de esos
gobernantes capaces de pensar en el largo plazo, en aquellas obras cuyos
resultados probablemente no verán completarse en vida. Nuestros políticos
necesitan proyectos a corto plazo, aunque sean débiles, aunque el paso del
tiempo los haga desaparecer en la nada. Lo importante es que ellos lo
contemplen antes de finalizar su legislatura. Por eso, dentro de muchos años no
tendremos una muralla que haya sobrevivido terremotos, ni catedrales que
rasguen las paredes del cielo, ni pirámides que homenajeen a los muertos. Por
si alguno está pensando en monumentos, no es mi intención. Yo hablo de grandes
proyectos que nos sobrevivan: el legado cultural, el cuidado de nuestro
entorno, la educación de las generaciones venideras.
Pedro Rojano
Pedro Rojano
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