Una forma barata y
confortable de pernoctar en Cuba es utilizar las casas de los propios
cubanos. Se trata de un sistema que promocionó el gobierno cubano a
mediados de la década anterior con el fin de incrementar la oferta
hotelera de la isla. Ello incentivó a muchos ciudadanos a
acondicionar una o dos habitaciones de su casa para acoger a
turistas. El gobierno, tras la correspondiente autorización, les
cobra 150 dólares al mes por cada habitación que dispongan para
alquilar (la hayan alquilado o no). El precio que cobran al turista
por esta habitación es de 25 dólares por noche.
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Casa de Carlos y Jackeline (Centro Habana) |
Resulta fácil identificar
estas casas porque tienen un símbolo azul en la puerta que lo
acredita. La mayoría de ellas tienen una cama de matrimonio, un
frigorífico con bebidas a disposición del huésped y un cuarto de
baño con ducha de agua caliente. Pero lo más interesante, para los
que les gusta conocer las costumbres de un país y la forma de vivir
de sus ciudadanos, es que puedes compartir con la familia anfitriona
conversaciones en el salón de la casa e incluso puedes pedirles que
te cocinen una buena cena criolla completamente casera a un precio
muy asequible.
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Habitación Azul (Casa Habana) |
Tuvimos suerte en Cuba con
nuestras "familias". La primera, con una preciosa casa
colonial ubicada en Centro Habana, pertenecía a Carlos y Jackeline,
una joven y emprendedora pareja que se desvivía por hacerte una
estancia agradable y explicarte todo lo necesario para no perderte
nada. Carlos es artista y por eso las paredes de las habitaciones y
de la casa están cubiertas por sus bellos cuadros con paisajes de Cuba. Les debemos mucho, porque además de acogernos con esa simpatía
natural de la isla, nos ofrecieron opíparos desayunos con unos jugos
de mango, guayaba o piña que no podemos olvidar; nos explicaron las
cosas incomprensibles; nos llevaron a conocer a otros artistas
cubanos que derrochaban creatividad como argumento frente a la
crisis; nos hicieron pasar por cubanos para pagar menos en los taxis;
nos invitaron a cenar en un paladar para cubanos con el fin de que
conociésemos su auténtica forma de vida; nos mostraron la realidad
de la revolución, sin etiquetas políticas, con una claridad
irrefutable; y lo mejor, nos recomendaron casas de familia en nuestro
itinerario por la isla para que nos sintiéramos como en casa... y
así fue.
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Carlos y Jackeline |
En Cienfuegos Marcos y
Xiomara, dos abuelitos tan delgados como cariñosos, nos hicieron
pasar tres días memorables. Xiomara nos asó un pescado al estilo
criollo que aún me hace la boca agua, y de Marcos aún recuerdo el
helado jugo de piña que nos tenía preparado cuando llegamos de
pasar un duro día de calor, o esa magnífica conversación en el
sofá de su casa mientras contemplábamos la ceremonia de apertura de
los juegos olímpicos de Londres.
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Con Marcos y Xiomara |
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Cena en casa de Cienfuegos |
En Trinidad, el Bury, con
esa naturalidad amable y sencilla de este pueblo, nos invitó a probar el
mejor café cubano y nos hizo partícipe de su buena mano en la
cocina.
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Habitación de Trinidad |
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Cena de El Bury |
Al llegar a Camaguey nos
quedamos en una vivienda unifamiliar propiedad de Angela y Luis, un
matrimonio mayor que había sustituido la ausencia de sus hijos (ya
mayores), por turistas, y ese mismo trato nos dieron. Luis, barman
jubilado que no había olvidado como hacer los mejores mojitos, y su
mujer que con su aspecto taciturno, siempre encontraba una buena
razón para ayudarnos.
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Con Luis y Angela en Camaguey |
En Morón, Silvio nos
ofreció su fantástica villa colonial, igual que Noly en Remedios. O
los cuidados maternales que nos dispensó Verónica en Soroa. Y al
llegar a Viñales, Doña Cachita, de la que ya hablé en una anterior
crónica, nos cautivó con su acento dulzón, sus comidas y su
incansable conversación en la que trazaba líneas de un tema a otro
llevándonos de aquí a allá a su antojo.
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Doña Cachita (Viñales) |
Cuba ofrece buenos hoteles
(aunque muchos de ellos obsoletos) para disfrutar la isla, pero no
hay nada mejor que compartir las casas con el pueblo para conocer la
forma de vida de sus ciudadanos, sus costumbres, sus dificultades e
inquietudes. Compartir con ellos las nuestras, y aprender el uno del
otro que no somos tan diferentes.