lunes, 3 de septiembre de 2012

CUBA VIII. CUBA FAMILIAR



Una forma barata y confortable de pernoctar en Cuba es utilizar las casas de los propios cubanos. Se trata de un sistema que promocionó el gobierno cubano a mediados de la década anterior con el fin de incrementar la oferta hotelera de la isla. Ello incentivó a muchos ciudadanos a acondicionar una o dos habitaciones de su casa para acoger a turistas. El gobierno, tras la correspondiente autorización, les cobra 150 dólares al mes por cada habitación que dispongan para alquilar (la hayan alquilado o no). El precio que cobran al turista por esta habitación es de 25 dólares por noche.

Casa de Carlos y Jackeline (Centro Habana)

Resulta fácil identificar estas casas porque tienen un símbolo azul en la puerta que lo acredita. La mayoría de ellas tienen una cama de matrimonio, un frigorífico con bebidas a disposición del huésped y un cuarto de baño con ducha de agua caliente. Pero lo más interesante, para los que les gusta conocer las costumbres de un país y la forma de vivir de sus ciudadanos, es que puedes compartir con la familia anfitriona conversaciones en el salón de la casa e incluso puedes pedirles que te cocinen una buena cena criolla completamente casera a un precio muy asequible.

Habitación Azul (Casa Habana)

Tuvimos suerte en Cuba con nuestras "familias". La primera, con una preciosa casa colonial ubicada en Centro Habana, pertenecía a Carlos y Jackeline, una joven y emprendedora pareja que se desvivía por hacerte una estancia agradable y explicarte todo lo necesario para no perderte nada. Carlos es artista y por eso las paredes de las habitaciones y de la casa están cubiertas por sus bellos cuadros con paisajes de Cuba. Les debemos mucho, porque además de acogernos con esa simpatía natural de la isla, nos ofrecieron opíparos desayunos con unos jugos de mango, guayaba o piña que no podemos olvidar; nos explicaron las cosas incomprensibles; nos llevaron a conocer a otros artistas cubanos que derrochaban creatividad como argumento frente a la crisis; nos hicieron pasar por cubanos para pagar menos en los taxis; nos invitaron a cenar en un paladar para cubanos con el fin de que conociésemos su auténtica forma de vida; nos mostraron la realidad de la revolución, sin etiquetas políticas, con una claridad irrefutable; y lo mejor, nos recomendaron casas de familia en nuestro itinerario por la isla para que nos sintiéramos como en casa... y así fue.

Carlos y Jackeline


En Cienfuegos Marcos y Xiomara, dos abuelitos tan delgados como cariñosos, nos hicieron pasar tres días memorables. Xiomara nos asó un pescado al estilo criollo que aún me hace la boca agua, y de Marcos aún recuerdo el helado jugo de piña que nos tenía preparado cuando llegamos de pasar un duro día de calor, o esa magnífica conversación en el sofá de su casa mientras contemplábamos la ceremonia de apertura de los juegos olímpicos de Londres.

Con Marcos y Xiomara
Cena en casa de Cienfuegos


En Trinidad, el Bury, con esa naturalidad amable y sencilla de este pueblo, nos invitó a probar el mejor café cubano y nos hizo partícipe de su buena mano en la cocina.

Habitación de Trinidad
Cena de El Bury


Al llegar a Camaguey nos quedamos en una vivienda unifamiliar propiedad de Angela y Luis, un matrimonio mayor que había sustituido la ausencia de sus hijos (ya mayores), por turistas, y ese mismo trato nos dieron. Luis, barman jubilado que no había olvidado como hacer los mejores mojitos, y su mujer que con su aspecto taciturno, siempre encontraba una buena razón para ayudarnos.

Con Luis y Angela en Camaguey


En Morón, Silvio nos ofreció su fantástica villa colonial, igual que Noly en Remedios. O los cuidados maternales que nos dispensó Verónica en Soroa. Y al llegar a Viñales, Doña Cachita, de la que ya hablé en una anterior crónica, nos cautivó con su acento dulzón, sus comidas y su incansable conversación en la que trazaba líneas de un tema a otro llevándonos de aquí a allá a su antojo.

Doña Cachita (Viñales)

Cuba ofrece buenos hoteles (aunque muchos de ellos obsoletos) para disfrutar la isla, pero no hay nada mejor que compartir las casas con el pueblo para conocer la forma de vida de sus ciudadanos, sus costumbres, sus dificultades e inquietudes. Compartir con ellos las nuestras, y aprender el uno del otro que no somos tan diferentes.