viernes, 18 de septiembre de 2009

TURQUIA IV: Safranbolu, las casas olvidadas.


En su camino hacia el mar negro, las rutas de comerciantes propiciaron el nacimiento de algunos pueblos que poco a poco se convirtieron en enclaves fundamentales para el comercio. Uno de ellos, situado en las montañas del norte de Turquía es el pueblo llamado Safranbolu, cuyo nombre (con “n” antes de la “b“) proviene del azafrán. A pesar de la sistemática y tozuda occidentalización de Turquía después del nacimiento de la República, de la que ya hablaré en otra crónica, este lugar supo mantener la arquitectura que constituye una de las características más peculiares del Imperio Otomano. Las casas, con estructura de madera y paredes de piedra, tienen unas ventanas alargadas y estrechas con contraventanas de madera. La segunda y tercera planta son más grandes que la planta baja por lo que la casa tiene unas vigas exteriores de contención oblicuas que la mantienen. Estas casas repartidas por una colina empinada que se asienta sobre tres cañones naturales, y unidas entre sí por un laberinto intricado de calles empedradas, conforma un paisaje “alpino” más propio de un cuento de Andersen.

Hemos tenido la suerte (y el dinero) de quedarnos a dormir dentro de una de estas casas que está adaptada como casa de huéspedes. Por dentro, los suelos y escaleras de madera, las paredes blancas con vigas visibles del color del roble, las alfombras cubriendo el piso, las cortinas blancas con adornos de croché, los armarios empotrados, contribuyen a crear esa imagen ilusoria de que estás en la casa de Caperucita Roja. Es obligatorio quitarse los zapatos en la entrada y caminas descalzo por toda la casa hasta llegar a tu habitación. En el interior también hay salones de techos bajos con la calidez necesaria para apreciar un rico te amenizando la charla o la escritura de esta crónica. Lo que llevamos peor es la ducha, pues se trata de un armario pequeño al que se accede subiendo una escalera de tres peldaños que desemboca en un cubículo: cuando cierras el armario, allí te quedas con tu ducha de teléfono en la mano, solo te falta la percha.Lo más interesante de este lugar es contemplar el paisaje de casas e imaginarse las orillas del Bósforo repleto de estas mansiones de madera. En Estambul se quemaron casi todas engullidas por los incendios y la herrumbre del olvido. Abandonadas por ser demasiado otomanas, demasiado diferentes del hormigón occidental. Al menos nos queda Safranbolu para recordar cómo eran, y por supuesto los cuentos infantiles de princesas y manzanas, pastores mentirosos o grotescos patitos.


Desde el salón de una casa Otomana, les habló Pedro Rojano, a punto de probar los afamados baños y masajes turcos.

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