Conducir por Cuba es una experiencia que roza lo metafísico. No exagero. ¿Cómo si no llamaríais a hacer viajes en el tiempo?
Cuba está atravesada de Oeste a Este, por varias carreteras que unen las diferentes ciudades. A su vez pequeñas carreteras comarcales la cruzan de Norte a Sur uniendo las anteriores en una red pobre y desgastada. La carretera, a excepción de la exagerada autopista de 8 carriles sin mediana que conduce a La Habana, es de doble sentido.
Un sendero asfaltado y mil veces reparcheado que discurre recto entre extensos cultivos de cañas, entre selvas de altas palmeras reales, o entre frondosos bosques de arbustos que forman auténticas paredes vallando la calzada. Lo más llamativo es que la mayor parte del tiempo viajas solo, disfrutando de la sensación de sentirte el auténtico rey de la carretera. Cuando encuentras otro usuario, puedes verlo acercarse desde muy lejos; a veces es un coche antiguo de colores vivos, un Pontiac, un Cadillac de los años 60’s, un Buick descapotable o un Ford destartalado que cabalga majestuoso por el centro de la calzada; otras veces es un pequeño bulto en la lejanía que resulta ser un guajiro a caballo con un sombrero de paja, la camisa desabrochada hasta el ombligo y su piel morena y aceitosa reflejándose al sol del mediodía; las más frecuentes son las viejas calesas tiradas por caballos, que aquí, más que una atracción turística, sigue siendo uno de los medios de transportes necesarios; y qué decir de esos tremendos camiones cargados de personas en el remolque; o los antiguos autobuses que parece que se van a descascarillar por el simple roce del viento al adelantarlos; o las bicicletas que continuamente aparecen en la calzada con la tranquilidad de que tú sabrás esquivarlas a tiempo, o al menos podrás frenar de golpe al ver que en el momento de adelantarlas viene un autobús de frente.
Los usuarios de la vía en Cuba son confiados y tranquilos. A ello pretenden contribuir los múltiples carteles a lo largo de la carretera que anuncian con adornadas letras las bondades del socialismo, las arengas hacia el trabajo bien hecho, hacia la lucha diaria por mantener la revolución, por convencer a los desilusionados cubanos de que su esfuerzo se ve recompensado día a día. A falta de señales viarias y de carteles indicadores de dirección, las carreteras de Cuba están infectadas de símbolos revolucionarios, de los iconos del Che o Camilo Cienfuegos, de puebluchos de campesinos apilados en cubículos al pie de la carretera o enormes edificios de corte soviético en mitad de la nada donde descansan las horas necesarias para batirse nuevamente bajo el sol caribeño.
También son parte de la carretera los “botella”. Arriesgados autoestopistas que se adentran en la vía para llamar tu atención levantando la mano y mostrando, en ocasiones, unos cuantos billetes para pagar su viaje en el caso de que te decidas a llevarle. A veces, bajo los viaductos de la autovía, se acumulan colas de viajeros a la espera de cualquier transporte y resulta, para el conductor europeo, suficiente alerta para levantar el pie del acelerador, pero esa disminución de la velocidad significa para muchos de los que esperan refugiados bajo la sobra del viaducto una señal de que vas a parar por lo que comienzan a invadir los carriles de la autopista...
Pero son hermosas las carreteras cubanas. Aún conservan el sabor auténtico del viaje, de la aventura por descubrir los caminos, por disfrutar de la simple idea de avanzar a través del paisaje para descubrir la realidad de un país que aún espera en la línea de salida.
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