sábado, 22 de septiembre de 2012

INDIA II. Una espera incierta

Fuerte Rojo
Lo que más llama la atención en Delhi nos son los anchos bulevares flanqueados por edificios de la época colonial que se alzan majestuosos y, en su mayoría, albergan oficinas gubernamentales, ni los jardines frondosos y en perfecto cuidado que rodean dichos edificios. Tampoco son las que más llaman la atención las sólidas murallas del fuerte Rojo, ni los andamios de bambú que trepan por ellas poniendo en riesgo la integridad de los restauradores que los utilizan.

No es lo más llamativo la formidable tumba de Humayun formada por cinco solemnes edificios alineados uno tras otro y entreverados por jardines y fuentes que evocan las mil y una noches.

Tumba de Humayun

Ni tampoco la Puerta de la India (emulación asiática del arco del Triunfo parisino que homenajea a los soldados indios que dieron sus vidas por el imperio británico en la primera guerra mundial).
Puerta de la India

O el caos circulatorio que exaspera el occidental sentido del equilibrio, o los barrios más pobres apiñados de casas que apenas dejan pasar la luz entre sus calles y donde montones de excrementos de vaca y basura se asoman a la vista indignada del viajero occidental, y esas estaciones de trenes cuyas entradas tienes que cruzar como si de un río se tratara, pero un río de personas esparcidas por el suelo que aguantan pacientes la llegada de su tren: todo eso tampoco llama tanto la atención, sobre todo porque antes de visitar la India es usual haberlo visto en fotografías, en reportajes y se puede leer en los innumerables foros de Internet.



Lo que más me llamó la atención en Delhi fue contemplar la espera. Al pasar por las calles, si afinas la vista, verás de vez en cuando a personas que acuclilladas en la acera esperan con la mirada perdida en un horizonte incierto, cubiertas con ropas andrajosas y el pelo enmarañado. Esperan, esperan, y no logro adivinar por qué. A veces me topé con grupos enteros de personas a la espera, como si fuera una despiadada parada de autobús. Agachadas ante el estrés del tráfico, esperan no esperar nada.


Quizás la India sea el país de la eterna espera, de la resignación ante la mala suerte: de esa espera por otra vida mejor que vendrá tras esta. Por eso creo que la pobreza que he visto en las calles no tiene nada de reivindicativa: aquí supone algo perenne, algo que se acepta y nadie, excepto su dios podrá remediarla hasta después de la muerte.

Los europeos no estamos acostumbrados a esperar, ni por supuesto a esta clase de conformismo (quizás a otro sí). Puede que la India sea un lugar donde se puede aprender algo más que lo que cuentan las guías.

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