miércoles, 21 de julio de 2010

NEPAL I. DE PASO POR LA INDIA


Regresar a un lugar siempre tiene un riesgo para el recuerdo. Si además es un lugar que hemos mitificado en la memoria, ese riesgo se acrecienta. Porque regresar supone siempre una invasión de un terreno fantástico, de lugares que de tan recordados, parecen no haber existido, que se han forjado en la memoria con un fuego interior que ha emanado de las emociones y que después, a medida de ir relatando el viaje han cobrado una intensidad novelada. Es como cuando visitas ilusionado el marco descrito en aquella novela que tanto nos gustó, en los paisajes por donde paseó nuestro héroe o heroína. Todas las imágenes que habíamos dibujado en nuestra mente se desvanecen por el peso sólido de lo real.
Para llegar a Nepal hemos hecho una primera parada en Delhi, como escala necesaria a nuestro destino final. La india nos ha traído el recuerdo de aquella que visitamos en 2007 con todos sus colores y “olores”. Hoy he asistido, probablemente un poco decepcionado, a todas esas imágenes que también percibí en aquel viaje, pero que elegantemente habían desaparecido de mis crónicas y estaban veladas en la memoria. Llegamos al aeropuerto de Delhi a las 6:30 de la mañana. Un velo espeso amortajaba a la ciudad que a esa hora ya mostraba síntomas de cansancio. Hemos vuelto a oler el aroma plastoso a podrido que recorre las avenidas ajardinadas de Nueva Delhi; la misma mierda que se amontona en los arcenes de la carretera; los escombros que protagonizan solares y edificios abandonados diseminados por cualquier calle; idéntico caos circulatorio con la voz histérica de cláxones; los tuc tucs verdes y amarillos con su chapa desvencijada y articulaciones oxidadas; los taxis TATA enanos y chillones que se cuelan aquí y allá aprovechando “la ley del hueco”; las eternas obras en construcción que parecen ya viejas incluso sin estar estrenadas; los andamios de bambú que cuelgan de las murallas del Fuerte Rojo, este año un poco más allá; los mismos meones por las esquinas mostrando sin pudor su churra negra y fláccida, niños descalzos y sucios con la ropa hecha jirones que cazan en la ciudad; hombres escuálidos con taparrabos tirados en las aceras con su cuerpo negro cubierto de polvo; el barro emplastado de las calles, el calor insoportable.
La India que llevábamos en nuestro diario y en nuestro recuerdo estaba ahí también escondida tras los saris coloridos de las mujeres y en las murallas de los palacios (que siguen estando igual de descuidados), pero apenas desterraba la imagen de la otra India, la humana, la real, la que no aparece en las novelas de Marajás.
Mañana viajaremos a Nepal y la fuerza de la India volverá a colorear el recuerdo, pero hoy hemos sido testigos de que el regreso es como una enorme máquina cortacésped que no entiende de emociones.

Con la ilusión de visitar nuevos horizontes, les habló Pedro Rojano.

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