Kathmandú está situada en un extenso valle salpicado de pueblecitos que están comunicados mediante carreteras reparcheadas y ligeramente convexas, con el fin de que no las inunde el agua del monzón. Lo ideal para recorrerlo es tomar un taxi TATA, diminutos vehículos del tamaño de esos que no hace falta carnet para conducirlos, pero que son lo más adecuado para moverse por las estrechas calles de la capital (¡de doble sentido!). La mayoría de estos taxis parecen que ya lo fabricaron viejos, pues es misión imposible encontrar alguno con pinta de haber salido recientemente del concesionario. Sin embargo circulan perfectamente, con sus golpes, arañazos, puertas descolgadas, cristales plastificados, asientos sin tapicería, tapicería sin asientos, volantes con el hierro a la vista, palancas de cambio cimbreantes… Es fácil encontrar alguno disponible, pues siempre están a la caza del turista despistado al que llevar a cualquier dirección, siempre por un módico precio que generalmente (si no lo regateas antes de subirte) puede llegar a quintuplicar el precio que pagan los nepalíes. Cuando sales del hotel siempre hay un buen puñado de taxistas que se ofrecen para llevarte adonde sea, y aunque respondas educadamente que no los necesitas, ellos te acompañarán durante un buen rato por la calle sin hablar, como si fueses a cambiar de opinión, como si te estuviesen diciendo… “mira que después te vas a arrepentir”. Tuvimos la oportunidad de ser testigos incluso de uno de ellos que nos acompañó montado en el taxi durante 50 metros a nuestra velocidad.
Cuando decides tomar un taxi, y tras haber negociado el precio, la conversación con el taxista suele ser estandar: ¿qué país?, España, Fifa world Champion, Iniesta, Villa, etc etc. Así hasta llegar al destino después de haber tenido la oportunidad de ver giros increíbles, cambios de carril por evitar un bache aunque venga otro en sentido contrario y obligándole a este a tragárselo, motos que son como fantasmas pues pasan a través de los coches (al menos lo parece), en definitiva, no es una película recomendada para aquellos que le da miedo el riesgo.
Pero existe otra forma de desplazarse por este fantástico país: El autobús de línea. Lo primero es encontrar la parada, puede estar en cualquier lugar de la ciudad. Lo mejor es dejarse guiar por la guía y cuando creas que estás en la calle en cuestión esperar a que pase cualquier autobús. Son microbuses viejos, desvencijados y oxidados que sueltan el humo negro por el tubo de escape con más ímpetu que la chimenea del vaticano cuando no ha habido suerte. La puerta para entrar es única y siempre va abierta. Recolgado en ella un chaval de unos diecisiete o dieciocho años va gritando los destinos a los que se dirige. Nosotros, como no entendemos el idioma, gritamos también nuestro destino, y ellos nos contestan que no o, si hemos tenido suerte, ladean la cabeza a un lado (que es decir sí por estas tierras). Entonces es el momento de subir. Dentro hay mucha gente, el olor a sudor está impregnado en cada átomo del aire. A veces hay suerte y encuentras un asiento, pero poco a poco ves como sigue subiendo gente al autobús y se va llenando más y más. Dices, ¿pero donde se van a meter? Y efectivamente, aciertas, encima de ti: he llegado a tener un culo nepalí pegado a mi oreja mientras que sobre mi pierna se sentaba disimuladamente una mujer con un niño en brazos. No es momento para protestar por el peso, ¡en ese instante solo ruegas que el de la oreja no se desinfle!
Imaginadme así, con un culo en la oreja y otro sobre mi pierna, ahora vienen los baches y socavones. ¡EN EL AUTO DE PAPA, NOS IREMOS A PASEAR.. AAAY! Saltos hacia arriba y abajo, como si estuviera en una cama redonda en medio de una … perdonadme pero con tantos culos a mi alrededor… Una y otra vez, avanzamos hacia delante, hacia arriba y hacia abajo, y el de la puerta cada vez que ve a alguien en la carretera le convence para que entre, que sí que sí, que hay espacio, mira ese turista español de allí, tiene la oreja izquierda libre…
Un poco exagerado ya lo sé, pero menos mal que luego comienzan a bajar y vamos recuperando el aliento. Llega la hora de pagar, el chaval de la puerta se te acerca y te dice con la mano que le “endiñes la pasta” ¿Cuánto? Como no sabe inglés te enseña los billetes que tienes que darle, buena maniobra, en esto son más legales que los taxistas pues siempre pagas el precio estipulado para todo el mundo. Cuando llegas al destino te bajas de esa cafetera y notas como si recuperaras el control de tu cuerpo. A ver, lo tengo todo, brazos, piernas, oreja, sobre todo la oreja, sí menos mal, está en el sitio. Pero aunque pueda parecer extraño, te sientes más satisfecho de haber llegado al destino como un nepalí más, aprendiendo mucho mejor las costumbres y modos de vida de sus ciudadanos.
Desde Kathmandú, con el diploma de usuario del transporte público nepalí, les habló Pedro Rojano.
Qué bueno!
ResponderEliminarHace ya unos años de mi visita a Nepal pero aun recuerdo una frase o pensamiento que se repetía a menudo viajando en autobus viendo el tráfico de frente: "Vamos a moriiiiir!" Pero efectivamente alguna divinidad abría un hueco y al final todos pasábamos sin chocar...