viernes, 24 de agosto de 2012

CUBA VI. LAS ESTATUAS DE BRONCE



En la plaza del Carmen de Camaguey algunos personajes se han convertido en bronce; de tanto esperar. Encontrarás allí la tertulia de mujeres donde una silla vacía espera a quien se quiera enterar de los últimos cotilleos; unos metros más allá el lector del periódico, literalmente petrificado por las noticias; los dos amantes; el vendedor de fruta que no acaba de recorrer la calle que finaliza en la iglesia. Todo está detenido en esta plaza, como si alguien impidiese el desarrollo, pero bajo el dintel de una antigua casa los niños despliegan una vajilla de plástico. Me siento en los escalones:

­—¿Me pueden poner un café, por favor?
De inmediato y sin sorpresa, el más pequeño de los camareros, que no debe alcanzar los tres años, vestido con pantaloncillo corto y sin camiseta acude para coger una taza. La cocinera, apenas mayor que él, se esmera en colocar un platito bajo la taza e inclinar sobre ella la tetera.
—¿Lo quieres con azúcal?— pregunta el niño con acento cubano.
—Sí, por favor— La niña me trae una azucarero celeste con un agujero en el lateral.
Pregunto si tienen algo de comer. Al momento me traen un diminuto platito donde se extiende una enorme pizza imaginaria con tomate y mozzarella.
Cuando termino pregunto si es gratis. El más pequeño me mira sorprendido:
—¡Noooooooo, gratis no! Son tres pesos.
La niña le corrige y dice mil apretando las palmas de las manos bajo las rodillas.
—¿Pero cómo?—pregunto indignado.—Esto no puede ser, tendré que ir al coche a buscar algo con qué pagaros.
El pequeño me quiere acompañar.
Caminamos de regreso al coche. Bajo uno de los postigos de una casa una mujer cose a máquina. Su piel es del color del bronce de las estatuas. Nos sonríe cuando pasamos junto a ella. En el coche recogemos algunos libros de colorear y lápices de colores. Los niños, de lejos, festejan vernos regresar. Cuando llegamos a ellos nos abrazan, son abrazos nerviosos, fugaces, emocionados.

La mujer que cosía se acerca y nos dice que son sus hijos. Nos da las gracias por los regalos y nos invita a su casa a tomar un café. Nos ruega que aceptemos porque es lo menos que puede hacer después de los regalos que hemos traído.

La entrada a la casa la ocupa una máquina de coser que N. tiene prestada para coser para la calle. Aprovecha la claridad del día para ver mejor y de esa forma puede vigilar a sus hijos que juegan al otro lado de la calle. Pasamos al interior por un huequito entre el marco de la puerta y la máquina de coser. Dentro se accede a un habitáculo de no más de 30 metros cuadrados. No hay mucha luz, la que entra a través de la puerta principal y de otra puerta trasera que da a un pequeño patio donde el marido de N. cría cerdos de forma clandestina. Hay otras dos puertas que conducen a dos habitaciones donde duermen el matrimonio y los hijos. Pronto los ojos se adaptan a la penumbra. Las paredes de ladrillo de construcción no están repelladas. La habitación principal tiene uno de los laterales ocupado por una cocina y la otra por un pequeño espacio donde N coloca dos sillas de hierro donde sentarnos.

N. tiene 38 años, 5 hijos, 2 nietas. LLeva toda la vida luchando. Sus brazos están delgados pero derrocha alegría en sus expresiones. Le gusta trabajar porque así se gana dinero: borda, cose, limpia casas... Su segundo marido tiene una bicitaxi y se gana la vida para mantener a los hijos. «Es un hombre bueno», nos dice con sincera justificación, mientras nos trae el café.

Su marido llega al rato y se sienta a hablar conmigo, más bien se desahoga: «Todo es mentira, este gobierno nos ahoga, ¿por qué solo puedo hacer lo que nos dictan?, si hago algo que no quieren, me detienen. ¿Por qué no puedo vender una vaca si la vaca es mía?». Están cansados, pero aún les queda esperanza de que algún día “esto” cambie. La esperanza es el único recurso que no genera coste.

Seguro que sí, les animo sin mucha convicción. El hombre me muestra el patio donde crían a los cerdos. Con el dinero que sacaron cuando vendieron al último se han comprado el televisor de pantalla plana que hay en el cuarto. Ahí pueden ver la liga de España. Él es del Real Madrid, su hijo del Barsa. ¿Y tú?, me pregunta.

Al marcharnos echamos un último vistazo a la plaza para ver esas estatuas de bronce que se han quedado ancladas en el tiempo, mientras la vida se inventa sobre vajillas de plástico.  


3 comentarios:

  1. ¡Maravilloso relato! Me ha encantado. Te seguiré leyendo.
    Besotes.

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  2. preciosa esta última, Pedro! Está llena de vida y verdad.

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  3. Preciosa tarde la que pasasteis. Me has hecho emocionarme. Gracias por tus relatos Cuñao.

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