De nuevo en Delhi.
De forma irremediable, como en las más osadas aventuras, retornamos a una Málaga que nos recibirá llena de luces de colores
para no ser menos que la India. Lo estamos deseando.
La India no ha sido
un país difícil. Se ha mostrado amable y servicial, y nos ha colmado de
impresiones que tendremos que poner en orden durante los meses que se avecinan.
Me gustaría hacer por ultimo mención de un detalle curioso.
Durante todo el
viaje hemos encontrado a numerosos turistas, tanto jóvenes como
mayores, personas que no imaginábamos en ese contexto tan extremo, pero ahí estaban. Yo también me considero un turista, al fin y al cabo, aunque pienso que voy buscando otra cosa. Tengo la impresión, tras haber tomado
contacto con ellos y con todo el respeto que merecen, al contemplar sus caras de sorpresa y asco, evitando con escrúpulos ciertos rincones, pienso que al venir aquí tan
solo querían encontrarse con la India mística, la India enigmática, misteriosa;
la India de los marajás, de los palacios, del lujo. No les importa que lo que
le muestran los tour-operadores es prácticamente una fachada, pues la India es
mucho más que eso. La India además es miseria, es calor, es suciedad, es
resignación, es una cultura ancestral mezcla de muchas culturas con tradiciones
tan diferentes a las nuestras que no entenderíamos en años.
La industria turística de La India procura no mostrarse así al turista. El dólar los ha hecho diferentes, solo hay que salirse
un poco de los guetos turísticos para encontrarse con la realidad más cruda de
este país: con gente que duerme en las calles; con basura acumulada sobre las
aceras; con niños desnudos corriendo hacia la supervivencia; con vacas que vagan, indiferentes al trafico que las esquiva, buscando cualquier desperdicio que rumiar; con multitud de pequeños comercios donde se vende o se arregla de todo,
donde sus dueños al cerrar la persiana convierten el suelo en su propia cama
después de trabajar catorce horas diarias, siete días a la semana.
La India que he visto
es también la que se regocija en la muerte por esperar una vida mejor, la que
quema a sus muertos en una ceremonia sin solemnidad ni lagrimas, la India de
los baños en cualquier estanque, lago o río, donde los hombres en taparrabos se
lavan enjabonándose el pelo y las mujeres airean sus pechos sin pudor. La India, aparte del
escaparate turístico es también eso, es color y por supuesto son los aromas de
las especias y de los excrementos de vaca, de las delicadas sedas y el orín
sobre las paredes, del olor del cuero curtido y la basura.
Las dos apasionantes, enigmáticas e incomprensibles. No puede separarse una India de la otra, porque entonces será mejor y más
barato subirse a la sexta planta de El Corte Ingles y deleitarse en la semana
de la India.
Pedro Rojano.
muy buena síntesis y la foto del Taj Mahal está preciosa. Como verás no te dejo acá ningún poema sacado de diálogos de Pasaje a la India o Ghandi...
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